miércoles, 23 de diciembre de 2009

Run Away.


- Dicen que un reloj que se para siempre es el presagio de alguna muerte - susurró Hyo mientras contaba los cajones de izquierda a derecha -. Uno, dos, tres...Aquí están las piezas del reloj...y los guantes - puntualizo, abriendo el cajón y sacando un par de guantes de látex que se guardo en el bolsillo del pantalón -. Cuatro, cinco...Seis.
Con calma, tiró del pomo oxidado atornillado a la madera. En su interior rodó un pequeño frasco de cristal con una tapa metálica. Era pequeño, y llevaba una etiqueta pegada. Sostuvo el frasco entre los dedos índice y pulgar, y se acordó de su gran pasión: las armas de fuego. Le encantaban los rifles y las pistolas. Tenia varias en su habitación. Las limpiaba y las cuidaba con esmero y, a veces, se pasaba tardes enteras acariciando sus fríos cañones o apretando suavemente sus gatillos. Junto a ellas, disponía también de un pequeño arsenal de balas y cartuchos a los que pocas veces había usado, exceptuando alguna que otra jornada de caza con los amigos.
Mientras miraba el frasco, lo agitó en el aire ante sus ojos y sonaron decenas de golpecitos secos. Hyo se acercó de nuevo a la ventana e hizo coincidir la etiqueta con una de las franjas de la luz que penetraban a través de ella. Leyó pausadamente la inscripción, deteniéndose en todas y cada una de las palabras y los números que se apretaban en el pequeño papel. Comprendió que se trataba de una formula química y admitió que no entendía nada, aunque sabía perfectamente el uso que debía dar a ese producto.
Despacio, giró la muñeca y dejó caer el pequeño bote hasta el centro de la palma de su mano. Entonces cerró el puño, apretando el frasco con fuerza y dejando escapar media sonrisa.
«Esta noche dormirán profundamente», pensó mientras cerraba la puerta del cobertizo a sus espaldas.

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