miércoles, 27 de enero de 2010

Life.

Pensé que, si quería cambiar el mundo, podía hacerlo con galletas.
Afortunadamente, incluso cuando no hay galletas aún no puede reconfortar una mano conocida acariciándonos. O un gesto amable y cariñoso. O un apoyo sutil para respirar la vida. O un abrazo tierno. O unas palabras de consuelo.
Y no olvidemos las camillas de hospital,
y los tapones para la nariz,
y la repostería que sobra,
y los secretos susurrados,
y,
tal vez, alguna que otra novela.
Y hay que tener en cuenta que todas estas cosas: los matices, las anomalías, las sutilezas que creemos que no son más que complementos en nuestras vidas, de hecho, están presentes por una causa mucho mayor y más noble: están para salvarnos la vida. Sé que la idea resulta extraña, pero también que es la pura verdad.

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