viernes, 27 de noviembre de 2009

Me salvaron tres golpes rápidos en la puerta.


El tiempo no había conseguido inmunizarme contra la perfección de su rostro y estaba segura de que nunca sabría valorar lo suficiente todos sus aspectos. Mis ojos se deslizaron por sus pálidos rasgos: la dureza de su mandíbula cuadrada, la suave curva de sus labios carnosos, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos, la suavidad marórea de su frente... Deje sus ojos para lo ultimo, sabiendo que perdería el hilo de mis pensamientos en cuento me sumergiera en ellos. Eran grandes, cálidos, de un liquido color dorado, embarcados por unas espesas pestañas negras. Asomarme a sus pupilas siempre me hacia sentir de un modo especial, como si mis huesos se volvieran esponjosos.


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